Tuesday, February 08, 2005

 

La casa misteriosa

¡Cuán gritan esos malditos!
Pero ¡mal rayo me parta,
si en concluyendo esta carta,
no pagan caros sus gritos!
José Zorrilla.


Un vergonzoso rayo de sol se cuela por mi ventana, timidamente avanza por la habitación, alcanza mi cama, tropieza con mi cuerpo y curioso recorre el interesante bulto inmovil hasta delimitar los rasgos de mi rostro. Me besa. -"Despiértate"- dice. Y yo me despierto.

Por sorprendente que parezca, hoy mis vecinos no me han impedido dormir una (breve) siesta a pesar del escándalo que montan con el taladro. Cierto es que he donado sangre esta mañana, lo cual siempre me produce cierto sopor. Esta tarde no me hubiera levantado ni aunque mi despertador hubiera intentado estrangularme con sus manecillas, sin embargo, al rayito de sol se lo perdono, por simpático.

Dormir, más allá de mis dificultades ultimamente, o hallar silencio es tarea improba en mi piso. El ruido es el pan nuestro de cada día. Tiempo ha, los nuevos vecinos de arriba empezaron unas modificaciones en su recién estrenado hogar. Tan emocionados estaban que alargaron cualquier tiempo razonable de mudanza y obra. Casi un año les costó. A mí no me cabe duda de que por el alboroto que trajo consigo (además de una gotera en mi salón y balcón) es señal de que no sólo han alterado la proporción primera de su nueva morada sino que de paso se han construido una catedral ( o un bunker).

A esto, sus vecinos de enfrente, presos de la envídia, decidieron que no era suficiente pasearse por encima de mi techo con muebles a horas intempestivas (sí, yo también me preguntó porqué), ellos tenían que taladrar las paredes de su casa mañanas, tardes y fines de semana por los siglos de los siglos, amén, por razones que sólo conocen ellos. Si a esto añadimos que parecen gustar de la música andaluza a un volumen que ya querrían para sí los Rolling Stones los domingos a primera hora y que los encantadores nietos (con gran porvenir en el Bel Canto si conservan ese chorro de voz en el futuro) de los vecinos del sexto también visitan los fines de semana resta poca tranquilidad.

Capítulo aparte son la algarabía de los alegres jovenes que en los fines de semana, en su paso por mi calle, pueblan las noches de cánticos no tan dulces como alondra y de alaridos diversos. ¡Cuántas noches he pensado en hervir aceite y tirarlo por mi balconada como en tiempos del Medievo...!

Si sólo fuera eso... Otro visitante incómodo es el mal olor, especialmente en el ascensor, resignados estamos todos al olor a tabaco y a las colillas del tipo del octavo, o a realizar en verano nuestro ascenso o descenso a casa por las escaleras porque el desodorante no es amigo de algún otro residente.
Lo peor es que hay dias en que el hedor es tan insoportable que resulta imposible saber a que es debido. Mi marido tiene la teoría de que cuando cambiaron el ascensor el año pasado algún operario sin familia ni amigos murió en el hueco del ascensor. Como nadie le ha echado en falta se dedica a pudrirse en el agujero y si el ascensor se queda mucho rato estacionado en planta baja adquiere olor al cadaver.

Con todo soy feliz en mi pisito, con su luz, su vista, su olor a tubería cuando va a llover, sus vecinos ruidosos y el deporte involuntario por las escaleras.

Un abrazo de boa constrictor, que hoy estoy cariñosa.

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