Monday, February 27, 2006
Some days are better than others
Si es que hay días que vale más quedarse en casa.
A ver qué necesidad tenía yo después de pasarme gran parte del fín de semana corrige que te corrige con dudoso avance en todo el trabajo que tengo acumulado mientras se apoderaba de mi cuerpo toda la sintomatología que acompaña a los resfriados y como guinda a tan aburridos días de presunto asueto, hete aquí que había que volver a Teruel prontito para evitar las bruscas bajadas de temperaturas que los agoreros hombres del tiempo recitaban cual Casandras inaudibles desde el telediario.
Salíamos de nuestro hogar en Zaralonía a las 5.30, de esperar era llegar dos horas y cuarto a nuestra casa adoptiva en Teruel y nos despidió de la urbe la lluvia que fregaba la ciudad desde el día anterior, ¿Quién nos iba a decir que tan humedo elemento aparecería en su variedad nívea a mitad de camino? El hombre del tiempo, claro, ese tipo al que no habíamos prestado mucha atención.
Las plateadas hileras en los caminos que tan hermosas me parecían a la luz del atardecer se convirtieron en no menos bellos campos que parecían cubiertos de un delicioso azucar glacé que descendía como un maná del cielo. Se alimentaban mis ojos del hermoso espectáculo en la cándida ignorancia de no ser yo quien conducía, sin apreciar un ligero nerviosismo en la conducción de P. que ya maldecía haber tomado esa ruta en lugar de la autovía.
Pronto tornó la ligera nievecilla en un temporal en toda regla. En su afán de apoderarse de la carretera como botín, la nieve tomaba posiciones tan pronto un coche dejaba sus hilos de caracol en el pálido suelo. No tardaron amontonarse coches en el blanco mar, vehículos que paraban en mitad de la calzada dudando si seguir adelante o ¡¡¡poner las cadenas!!!
Sí, amigos, sí. Si no habeis colocado cadenas nunca es una pesadilla que también compartireis. Parece fácil, yo lo había visto en la tele un vez, parecía que era como colocarle un jersecito a la rueda así que envalentonada por mi estupidez dije:
-Vamos a poner las cadenas-
Luchamos desesperadamente hasta que los dedos se entumecieron bajo la intensa nieve, Miramos las sencillas instrucciones en varios idiomas pero no había forma, para entonces en una cuesta ya eramos al menos diez los coches varados. La policía pasó pero se limitó a decirnos que ese era buen día para aprender a poner las cadenas, ya sé que andaban ocupados pero...
Gracias a Dios que un angel del Señor tomó forma de conductor vecino que se llamaba Arturo y nos echó una mano, estabamos tan agradecidos que de haber estado embarazada le hubiera puesto su nombre a la criatura. Le hubieramos dado la media longaniza que teníamos como único kit de supervivencia pero temíamos que lo tomaría por humilde presente.
Como nos dijeron que la policía no dejaba seguir por nuestro camino y que probablemente habría que pasar la noche en un hotel cercano preguntamos en aquel establecimiento si sería buena idea tomar un desvío que llevaba a la autovía y nos dijeron que no habría problema alguno ya que la quitanieves pasaba por allí con frecuencia. ¡¡Por aquel camino no había pasado una quitanieves jamás!! Con un silencio sepulcral como banda sonora ascendimos dos puertos de montaña mientras la ventisca escupía nieve por todas partes, blancas dunas surgían por todas partes, carretera incluida. ¡Un miedo de quedarnos tirados allí en medio de tierra de nadie! Por allí no pasaba ni Dios. Mi padre, cuando lo permitía la covertura del móvil, me llamaba para reprocharme no haber salido más temprano y no haber tomado posada cuando tuvimos ocasión.
-¿pero circulan los coches por la carretera por la que vais?-
-sí- mentía yo
-¿pero veis la carretera?
-claro-seguía mintiendo yo.
Resumiendo, llegamos a casa a las 12.15 de la noche en lugar de las 7.45 como teníamos planeado. Tras luchar con las cadenas de las ruedas con un frío que pelaba y mientras seguía nevando sin piedad sólo conseguimos quitar una y dejamos la otra enganchada al eje rueda.
Pero podía haber sido peor, mi amiga Celia, tomó el autobús de las 7.30 de la tarde y ha pasado la noche en el autocar.
Abrazos cálidos y calditos de pollo
A ver qué necesidad tenía yo después de pasarme gran parte del fín de semana corrige que te corrige con dudoso avance en todo el trabajo que tengo acumulado mientras se apoderaba de mi cuerpo toda la sintomatología que acompaña a los resfriados y como guinda a tan aburridos días de presunto asueto, hete aquí que había que volver a Teruel prontito para evitar las bruscas bajadas de temperaturas que los agoreros hombres del tiempo recitaban cual Casandras inaudibles desde el telediario.
Salíamos de nuestro hogar en Zaralonía a las 5.30, de esperar era llegar dos horas y cuarto a nuestra casa adoptiva en Teruel y nos despidió de la urbe la lluvia que fregaba la ciudad desde el día anterior, ¿Quién nos iba a decir que tan humedo elemento aparecería en su variedad nívea a mitad de camino? El hombre del tiempo, claro, ese tipo al que no habíamos prestado mucha atención.
Las plateadas hileras en los caminos que tan hermosas me parecían a la luz del atardecer se convirtieron en no menos bellos campos que parecían cubiertos de un delicioso azucar glacé que descendía como un maná del cielo. Se alimentaban mis ojos del hermoso espectáculo en la cándida ignorancia de no ser yo quien conducía, sin apreciar un ligero nerviosismo en la conducción de P. que ya maldecía haber tomado esa ruta en lugar de la autovía.
Pronto tornó la ligera nievecilla en un temporal en toda regla. En su afán de apoderarse de la carretera como botín, la nieve tomaba posiciones tan pronto un coche dejaba sus hilos de caracol en el pálido suelo. No tardaron amontonarse coches en el blanco mar, vehículos que paraban en mitad de la calzada dudando si seguir adelante o ¡¡¡poner las cadenas!!!
Sí, amigos, sí. Si no habeis colocado cadenas nunca es una pesadilla que también compartireis. Parece fácil, yo lo había visto en la tele un vez, parecía que era como colocarle un jersecito a la rueda así que envalentonada por mi estupidez dije:
-Vamos a poner las cadenas-
Luchamos desesperadamente hasta que los dedos se entumecieron bajo la intensa nieve, Miramos las sencillas instrucciones en varios idiomas pero no había forma, para entonces en una cuesta ya eramos al menos diez los coches varados. La policía pasó pero se limitó a decirnos que ese era buen día para aprender a poner las cadenas, ya sé que andaban ocupados pero...
Gracias a Dios que un angel del Señor tomó forma de conductor vecino que se llamaba Arturo y nos echó una mano, estabamos tan agradecidos que de haber estado embarazada le hubiera puesto su nombre a la criatura. Le hubieramos dado la media longaniza que teníamos como único kit de supervivencia pero temíamos que lo tomaría por humilde presente.
Como nos dijeron que la policía no dejaba seguir por nuestro camino y que probablemente habría que pasar la noche en un hotel cercano preguntamos en aquel establecimiento si sería buena idea tomar un desvío que llevaba a la autovía y nos dijeron que no habría problema alguno ya que la quitanieves pasaba por allí con frecuencia. ¡¡Por aquel camino no había pasado una quitanieves jamás!! Con un silencio sepulcral como banda sonora ascendimos dos puertos de montaña mientras la ventisca escupía nieve por todas partes, blancas dunas surgían por todas partes, carretera incluida. ¡Un miedo de quedarnos tirados allí en medio de tierra de nadie! Por allí no pasaba ni Dios. Mi padre, cuando lo permitía la covertura del móvil, me llamaba para reprocharme no haber salido más temprano y no haber tomado posada cuando tuvimos ocasión.
-¿pero circulan los coches por la carretera por la que vais?-
-sí- mentía yo
-¿pero veis la carretera?
-claro-seguía mintiendo yo.
Resumiendo, llegamos a casa a las 12.15 de la noche en lugar de las 7.45 como teníamos planeado. Tras luchar con las cadenas de las ruedas con un frío que pelaba y mientras seguía nevando sin piedad sólo conseguimos quitar una y dejamos la otra enganchada al eje rueda.
Pero podía haber sido peor, mi amiga Celia, tomó el autobús de las 7.30 de la tarde y ha pasado la noche en el autocar.
Abrazos cálidos y calditos de pollo
Wednesday, February 01, 2006
Estar malito en el pueblo (recuerdos varios)
Leyendo el blog de Rafa, mi blogmate mexicano hablando de sus vacaciones en Huasabás salpicadas de recuerdos de niñez, me han venido a la mente los estíos en el pueblo de mi abuela en general y cierta rica anecdotilla que le encanta a mi amiga Maria José en particular.
Momento histórico: Fiestas del pueblo en honor a Santa Ana. Finales de julio.
Habitantes de la casa: Mi abuela, a la que adoro, Mis tios-abuelos (Que Dios tenga en su gloria) y mi hermana.
El pueblo de mi abuela es de los pueblos, pueblos en los que todo el mundo es familia. Por entonces, así llegaba el agua del río por la acequia, así llegaba al grifo, consecuencia: Intoxicación de mil pares de demonios por culpa del agua dichosa.
Yo llevaba todo el día con cierto malestar que me obligaba, como si de la chiquilla de "El Exorcista" se tratara a expulsar de mi cuerpo todo líquido o sólido que allí se encontrara pero no fue hasta que fui por la calle con mi hermana a llamar a mis padres al único teléfono público de la localidad cuando vi que se nublaba mi visión con puntitos crecientes que lo iban llenando todo hasta que ya no pude dislumbrar nada.
Próxima a desvanecerme, adolescente pero no tonta, reuní mis últimas fuerzas para ir a desmayarme a una silla del patio donde mis tíos estaban tomando la fresca y donde por fín, todo se volvió negro en un instante tras el cual, al abrir los ojos me encontré que todos esos puntos negros se habian transformado en caras preocupadas que de no ser por mi debilidad me hubieran dado un susto tremendo.
Medio en volandas me llevaron a casa de mi abuela. Al médico se le metió entre ceja y ceja que fuera trasladada a Zaragoza con la mayor celeridad y desde mi lecho de dolor me negué a viajar en coche por aquella carretera entonces preñada de curvas mientras expulsaba todo el contenido de mi cuerpo. El médico dio entonces una lista de los medicamentos a ingerir y se fue jurando por las escaleras sin decirme cuál era mi dolencia y mi abuela y mi tía lloraban por mi cabezonería lo cual me creó mucha incertidumbre. En esto, entraron a mi cuarto unos tíos míos y sin mediar palabra, mi tío Clemente se puso a rezar en voz alta a los pies de mi cama ante mi estupor y pensé: -Dios mío, me estoy muriendo-
Mi tía, viendo mi terror, decía: -"Tranquila, esto es normal"-
-"¿¿Normal??"-respondí-"Y ahora pondreis cuatro cirios alrededor de mi cama y diréis que es para iluminar la habitación"-
Resultó que era una oración que según él servía para curar a los miembros de la familia (Lo siento, no puedo incluirla porque no me acuerdo y además era sólo para parientes).
Mi abuela vino entonces con un vaso de transparente contenido. Me pidió que bebiera y sin poder evitarlo escupí todo el contenido por el cuarto, todo el vello de mis brazos se había erizado.
-"¿Qué es esto?"-inquirí
-"Las medicinas del doctor"-
Mi abuela y mi tía, con su mejor voluntad, habían mezclado en una jarra TODOS los medicamentos recetados: el suero, tres o cuatro pastillas y el zumo de limón, como para envenenarme, vamos. Pero como no había manera de entrarlas en razón aprovechaba los momentitos de soledad que eran muchos ya que cuando el galeno quiso auscultarme y no pudo al oirse demasiado ruido en la plaza mi abuela entendió que yo no debía oir ruido alguno y no dejaba que me visitaran ni mi hermana, ni mis amigas lo cual me dejaba solita en completo abandono y aprovechaba, digo, para tirar a las gallinas de mi tía Alejandra tan venenoso menjunje (tía, si lees esto, perdóname).
¡El hambre que pasé! cuando ya pude comer pasé días castigando mis papilas gustativas con una ridícula cantidad de pollo hervido sin piel porque, claro,-médico dixit-era lo único que una persona en mi estado podía comer mientras mi hermana se metía entre pecho y espalda unos platos repletos de deliciosísimas costillas de ternasco ¡ay! con patatitas. Recuerdo mis razzias nocturnas a la nevera en busca de algo más sustancioso con que contentar los maullidos de mi estómago y un bocadillo de jamón serrano que fue pura ambrosía en mi boca que me sacó mi primo José de contrabando de la merienda popular. ¡ah! ¡la familia!
Besos ansiosos de hambre atrasada
Momento histórico: Fiestas del pueblo en honor a Santa Ana. Finales de julio.
Habitantes de la casa: Mi abuela, a la que adoro, Mis tios-abuelos (Que Dios tenga en su gloria) y mi hermana.
El pueblo de mi abuela es de los pueblos, pueblos en los que todo el mundo es familia. Por entonces, así llegaba el agua del río por la acequia, así llegaba al grifo, consecuencia: Intoxicación de mil pares de demonios por culpa del agua dichosa.
Yo llevaba todo el día con cierto malestar que me obligaba, como si de la chiquilla de "El Exorcista" se tratara a expulsar de mi cuerpo todo líquido o sólido que allí se encontrara pero no fue hasta que fui por la calle con mi hermana a llamar a mis padres al único teléfono público de la localidad cuando vi que se nublaba mi visión con puntitos crecientes que lo iban llenando todo hasta que ya no pude dislumbrar nada.
Próxima a desvanecerme, adolescente pero no tonta, reuní mis últimas fuerzas para ir a desmayarme a una silla del patio donde mis tíos estaban tomando la fresca y donde por fín, todo se volvió negro en un instante tras el cual, al abrir los ojos me encontré que todos esos puntos negros se habian transformado en caras preocupadas que de no ser por mi debilidad me hubieran dado un susto tremendo.
Medio en volandas me llevaron a casa de mi abuela. Al médico se le metió entre ceja y ceja que fuera trasladada a Zaragoza con la mayor celeridad y desde mi lecho de dolor me negué a viajar en coche por aquella carretera entonces preñada de curvas mientras expulsaba todo el contenido de mi cuerpo. El médico dio entonces una lista de los medicamentos a ingerir y se fue jurando por las escaleras sin decirme cuál era mi dolencia y mi abuela y mi tía lloraban por mi cabezonería lo cual me creó mucha incertidumbre. En esto, entraron a mi cuarto unos tíos míos y sin mediar palabra, mi tío Clemente se puso a rezar en voz alta a los pies de mi cama ante mi estupor y pensé: -Dios mío, me estoy muriendo-
Mi tía, viendo mi terror, decía: -"Tranquila, esto es normal"-
-"¿¿Normal??"-respondí-"Y ahora pondreis cuatro cirios alrededor de mi cama y diréis que es para iluminar la habitación"-
Resultó que era una oración que según él servía para curar a los miembros de la familia (Lo siento, no puedo incluirla porque no me acuerdo y además era sólo para parientes).
Mi abuela vino entonces con un vaso de transparente contenido. Me pidió que bebiera y sin poder evitarlo escupí todo el contenido por el cuarto, todo el vello de mis brazos se había erizado.
-"¿Qué es esto?"-inquirí
-"Las medicinas del doctor"-
Mi abuela y mi tía, con su mejor voluntad, habían mezclado en una jarra TODOS los medicamentos recetados: el suero, tres o cuatro pastillas y el zumo de limón, como para envenenarme, vamos. Pero como no había manera de entrarlas en razón aprovechaba los momentitos de soledad que eran muchos ya que cuando el galeno quiso auscultarme y no pudo al oirse demasiado ruido en la plaza mi abuela entendió que yo no debía oir ruido alguno y no dejaba que me visitaran ni mi hermana, ni mis amigas lo cual me dejaba solita en completo abandono y aprovechaba, digo, para tirar a las gallinas de mi tía Alejandra tan venenoso menjunje (tía, si lees esto, perdóname).
¡El hambre que pasé! cuando ya pude comer pasé días castigando mis papilas gustativas con una ridícula cantidad de pollo hervido sin piel porque, claro,-médico dixit-era lo único que una persona en mi estado podía comer mientras mi hermana se metía entre pecho y espalda unos platos repletos de deliciosísimas costillas de ternasco ¡ay! con patatitas. Recuerdo mis razzias nocturnas a la nevera en busca de algo más sustancioso con que contentar los maullidos de mi estómago y un bocadillo de jamón serrano que fue pura ambrosía en mi boca que me sacó mi primo José de contrabando de la merienda popular. ¡ah! ¡la familia!
Besos ansiosos de hambre atrasada