Monday, August 08, 2005

 

El laberinto del maizal

Ha sido toda una experiencia.

Habíamos pasado varios días con el coche delante de un cartel que se íba convirtiendo en enigmático y turbador. Curiosona que soy, la señal me atraía hacia sí cada vez con más fuerza.

El papelito tentador decía: "Laberinto de maiz". Un día, C.P. decidió darme el caprichito y allí nos presentamos al caer la tarde.

Condujimos por una carretera vacía rodeada de maizales que parecía no llevar a ninguna parte hasta que apareció ante nosotros una granja a primera vista cerrada. Allí no había ni un alma, sólo un coche aparcado a un lateral del camino pero ni rastro de ocupantes.

Al principio ibamos con el cachondeito de recordar peliculas como "Los niños del maiz" o " La matanza de Texas" pero lo cierto, es que el sitio nos ponía un poco nerviosos y no nos calmó ver a través de una ventana a una mujer rubísima con cara de pocos amigos hablando por teléfono y haciendonos señas para que avanzaramos al patio que era custodiado por dos grandes perros lobos que nos miraban con desconfianza.

Al instante apareció un joven, no menos rubio que parecía no ser capaz de expresar sentimiento alguno con su rostro. Como un autómata se limitó a cobrarnos una entrada, darnos un papel con un enigma que se respondía en un cartel en el corazón del laberinto, a indicarnos el camino a la entrada y desapareció.

Parecía sencillo, incluso en silencio nos lamentabamos de pagar por lo que a todas luces daba la impresión que sería un par de pasillos que cualquier niño se recorre en dos patadas. ¡Qué equivocados estábamos! Uno no se hace la idea de como es un señor maizal hasta que está dentro, porque dejadme que os diga que, para empezar, aquellas plantas de maiz eran muy altas porque allí, al contario que en mi querida comunidad autónoma, si llueve y aquellas plantas median perfectamente dos metros y medio.
Da bastante respeto.
Frondosas, estensas, se alzaban ante nosotros dejándonos para caminar angostos pasillos vegetales que sus creadores habían alfombrado con mucha paja en el suelo que hacía bastante trabajoso avanzar.

Tras los primeros minutos de risas, decidiendo si valdría más la pena seguir los caminos que parecían alejarse más de la entrada para hacerlo más emocionante.
En cualquier caso utilizabamos como referencia el tejado de la casa que veíamos por encima del maizal pero no tardamos en ver que no hacía falta perderse a propósito porque tras seguir rutas erroneas y pasadizos sin salida habíamos perdido el rumbo, no había rastro del tejado.

Las imágenes de las peliculas de terror paseaban por nuestras cabezas, sólo el ruido de nuestros pasos. A través del maiz no se vía nada más que mazorcas y más maiz. La luz de la tarde se iba desvaneciendo y los mosquitos descubrieron que la sangre española que yo ofrecía está muy rica y variaba su menú habitual.

No sé el tiempo que pasaríamos allí, la alegre conversación inicial dió paso al silencio. C.P. a veces decía que por ese tramo o aquel otro ya habíamos pasado pero lo cierto es que trodos eran muy parecidos y diferentes a un tiempo. Llegamos al cartel con la solución del enigma: "El hijo del cerdo se llama cochinillo"( ferkel en alemán). O estábamos cerca de la salida o en el centro del laberinto.

El tiempo transcurría, y yo me preguntaba si estaría muy ridícula gritando que alguien nos sacara de allí en caso de que llegara la noche porque:
A- Nadie sabía que habíamos ido allí

B-No había allí fuera nadie que pudiera oirnos

C-Tampoco sabía si me hacía mucha gracia que aquella gente tan rara de la granja nos viniera a salvar

Encontramos el papel del enigma de una persona anterior en el suelo con rastro de haber sido mordisqueado, más dudas ¿Y si nos atacaban los perros?. C.P. iba siguiendo la pista de una copa de un árbol que tiempo atrás parecía lejísimos y cada vez estaba más próximo. Él estaba encantado con su hallazgo pero aquello estaba dónde Cristo perdió el gorro así que yo no veía muy bien para que servía acercarnos al árbol dichoso y, por fín, casi sin esperarlo apareció la salida. Disimulando una alegría contenida salimos de allí raudos como si algún mostruo del maizal pudiera sacar sus garras y atraernos de nuevo al interior del laberinto.
Depositamos nuestro papelito con la respuesta al enigma en una mesa para un hipotético sorteo que no se decía ni cuando tendría lugar, ni qué se sorteaba y condujimos a casa felices de haber salido de allí (con vida).

Un besito en el atardecer.

Comments:
Hola Dalia
Soy Rafael, ahora desde la ciudad de México. No creas que aunque no me haya aparecido por mi blog no me hubiera aparecido por el tuyo. Estuve pendiente, aunque ahora el tiempo es mi principal recurso escaso. Bueno, justo ahora lo es la salud, porque me ha agarrado una colitis que parecen cien. No me deja ni a sol ni a sombra, pero eso no quita que me divierta leyendo tus divertidas aventuras en el país de Weber y de Kant. El lunes próximo empiezo mi curso de alemán, así que ya compartiremos dificultades lingüísticas. Un saludo grande.
Rafael Barceló Durazo.
 
Chica, Dalia, qué tensión en el ambiente!!!! Ni Poe, oye. Echaba de menos tus testimonios, y ha merecido la pena esperar...
Ya has vuelto a Zaragoza? Yo llego el jueves. Te llamo. Besos.
 
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