Saturday, May 27, 2006

 

Otra de alumnos que embellecen la realidad

Tras estas dos entradas personales para amiguetes vuelvo a escribir para no dejar de lado a mi gran número de lectores que a estas alturas debe constar de dos o tres personas constantes y tres o cuatro satélites aproximadamente. Mi poder de extorsión para que me lean los amigos no llega a más. En mi próxima reunión social volveré a amenazar a unos cuantos, a ver si hay suerte y gano algún nuevo lector.

Tampoco es nada del otro mundo lo que voy a contar hoy, asi que si tenéis algo mejor que hacer nos veremos en mi próxima entrada. Es sólo que ayer vi a un alumno mío del curso pasado y me vino a la memoria un instante irrelevante que creía borrado.

Junio. No más paisaje que la carretera de Madrid. El 24 se hacía esperar para no fallar a sus costumbres y en la parada la canícula se hacía casi insoportable. Para aderezarla: las tóxicas y acres axilas del hombre sentado a un lado del banco que me estaban dejando inconsciente. Intenté centrarme sin éxito en mi libro donde las lineas releídas una y otra vez formaban una barrera infranqueable para la consecución de la narración. Ante la baldía tarea me fijé en el niño a mi diestra. Desde su carrito estaba concentrado en una cruenta guerra contra una galleta y a tenor de las huellas que esta había ido dejando en su vestuario la galleta iba ganando.

En esto llegó un perro, o más bien, un señor con su perro que entabló diálogo (el señor, que no el perro) con mi vecino de siniestra y el animal mientras decidió curiosear al humano pequeñito. La combinación niño-perro siempre ha dado mucho juego y ambos se miraron fijamente a los ojos haciendo sus valoraciones de chucho y niño respectivamente hasta que decidieron entablar un contacto más cercano. La madre, entonces, consiguió con una mirada hostil que dueño y can se marcharan por dónde habían venido.
¡Y el 24 sin aparecer!

Divisé a una parejita de mi clase. La alumna más aplicada y el alumno más pícaro se habían enamorado con la llegada de buen tiempo para sorpresa de todos, detrimento leve en las notas de la chiquilla y mejora notable en las del chaval (Por lo que yo hacía vista gorda). Cruzaron la carretera flotando, uno en brazos del otro, ausentes del mundo, de las miradas a ellos dirigidos, del calor, de futuros inciertos, de instinto de supervivencia y de los cláxones de los coches que les demandaban más sentido común a la hora de cruzar. Amor intenso y puro de cuando la fase de enamoramiento está en su punto álgido. Sí, esa sensación increible e indescriptible que todo el mundo debería vivir al menos una vez en la vida. Ellos habían creado un pequeño oasis personal y privado en medio de un montón de tedios y malas caras. Unos ancianos les miraron con tono de desaprobación pero yo me alegré por ellos.



Un beso y cubitos de hielo.

Comments:
Magia. Lectora desconocida se prende a tu blog. Qué bueno está!
Ahora no sigo, pero volveré...
 
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